Con frecuencia escucho en medios de comunicación, comentarios sobre nuestra falta de identidad cultural y artística. Los mismos apuntan en muchas direcciones y concluyen generalmente en un mismo punto: que el hondureño debería apreciar más su propia cultura y su arte, representada por una variedad de elementos que en conjunto conformarían un supuesto constructo propio, bien definido, fácilmente identificable y hasta cierto punto homogéneo, lo cual dudo que sea así, por las múltiples etnias que componen la hondureñidad.
El arte es entendido como cualquier actividad o producto realizado por el ser humano con una finalidad estética o comunicativa, a través de la cual se expresan ideas, emociones o en general, una visión del mundo, mediante diversos recursos, como los plásticos, lingüísticos, sonoros o mixtos. El arte es un componente de la cultura, reflejando en su concepción la transmisión de ideas y valores a lo largo del espacio y el tiempo.
Particularmente, en el ámbito artístico y en especial en el musical, he hecho reflexión y plática con otros artistas y de las mismas han surgido algunas ideas. La primera de ellas es el notorio “malinchismo” artístico del hondureño. Quizá sea históricamente derivado del hecho de haber tenido que someter las propias manifestaciones, primero a los conquista española y luego, de manera un poco más sutil, pero igualmente efectiva, a la conquista musical por los mexicanos, los estadounidenses y más recientemente los dominicanos y puertorriqueños, si de música estamos hablando. Siempre las manifestaciones artístico musicales externas han sido, son y seguramente seguirán siendo “mejores” en la mente de nuestra gente.
Este sojuzgamiento más mental que otra cosa, nos ha impedido expresar con mayor libertad nuestra propia idiosincrasia, pensando siempre que lo que hagamos no estará a la altura o tendrá que ser aprobado por alguien que venga del exterior a decirnos que está bien. Por el lado de los recipientes de nuestro arte, o sea todos los demás hondureños, nos encontramos con la barrera también mental, de que lo que hacemos es “bueno” siempre y cuando se parezca al estilo de alguien del exterior. Difícilmente, nuestros productos artísticos pueden competir de igual a igual con los foráneos.
Un poco de apertura ha encontrado la confección de algunos productos artísticos artesanales elaborados en barro y uno que otro pintor que a costa de muchos sacrificios ha logrado que su obra sea apreciada fuera de las fronteras, pero en materia musical o literaria por ejemplo, pienso que estamos hoy peor que nunca. A duras penas, algunos autores literarios jóvenes han logrado hacerse visibles y ser leídos a lo interno, pero en evidente inferioridad de condiciones con respecto a lo que viene de fuera. Sin embargo, en lo musical seguimos estando de capa raída y caída. Nuestras radios y televisoras siguen haciendo caso omiso de las eventuales manifestaciones artístico-musicales de las generaciones jóvenes.
Esto resulta paradójico, habida cuenta que hoy en día grabar, otrora toda una hazaña, puede hacerse en cualquier cuarto de la casa, con el “boom” de los programas de cómputo diseñados específicamente para tal fin. Sin embargo, las pocas o muchas grabaciones que se realizan, reciben “cero” respaldo en los medios radiales y seguimos rindiendo culto a la música y anti música que nos llega del exterior.
Nuestros compositores, están más preocupados de copiar estilos importados, que de experimentar sus propios sonidos e ideas. En muchos casos, intuyo que hay una lucha interna entre lo que se es en “esencia” y lo que se cree que se debe ser para llegar al público. Esto debilita la originalidad y la construcción de una música hondureña moderna que recoja nuestra identidad. Además, seguimos creyendo erróneamente que la música hondureña solo la constituyen unas cuantas canciones tradicionales en sique o en bolero que se compusieron hace ya varias décadas.
Hay una pléyade de jóvenes académicamente formados en música, talentosísimos muchos de ellos, pero se pierden en estériles luchas por definir quién sabe más o quién toca mejor, cuando deberían estar buscando formas para unirse e ir creando una nueva oleada de música nacional o al menos rescatando y renovando lo que se haya hecho en el pasado.
Sabemos que nuestro pueblo ha sido alienado por la música extranjera, pero la única manera de llevarlo a otros niveles es mostrándole y convenciéndolo de que aquí también podemos y sabemos hacer música con sello catracho, algo que por ser nuestro debería tener un valor especial. El camino no es fácil, pero con una producción constante y sistemática, en algo podríamos revertir la inercia que hasta ahora ha marcado nuestro devenir artístico musical.
Ojalá nuestros jóvenes talentos musicales sigan consejo, se dediquen a producir y en bloque exijan la difusión de sus obras en los medios radiales y televisivos. El arte debe ser expuesto, si no para qué hacerlo? Para auto complacerse? Parece un contrasentido. Todo artista “vive” del reconocimiento que se hace de su obra, del aplauso y del elogio. Ojala pronto vayamos rompiendo paradigmas.