En Honduras sólo tenemos dos estaciones claramente
marcadas, la de agua y la de fuego. En la primera llueve a cántaros, los ríos
se desbordan, las casas se derrumban, los campos se inundan y los puentes se
caen. Algunas veces se reconstruyen las obras destruidas, otras muchas se
quedan esperando a que algún gobierno caritativo se apiade y las mande a
levantar nuevamente.
Esta vez quiero referirme a la segunda estación, la del
fuego. La misma comienza el mes de marzo y se extiende, más o menos, hasta mayo
o junio, cuando San Isidro abre los grifos del cielo y volvemos a recibir el líquido
vital. Generalmente para entonces, miles de hectáreas de bosque han dejado de
existir, producto de quemas insensatas provocadas, en su mayoría, por
individuos pirómanos que experimentan una morbosa satisfacción casi sexual,
observando como el producto de la naturaleza, que tarda años en crecer, se
consume en largas lenguas tórridas que arrasan con todo.
De nada sirven las tibias campañas radiales,
periodísticas o televisivas que intentan servir de disuasivo y solicitan evitar
a toda costa los incendios forestales. Dichas campañas caen siempre en los sordos
oídos de una comunidad que parece regocijarse con las llamas y que poco o nada
hace para evitar que las áreas boscosas, se vayan convirtiendo paulatinamente,
en terrenos calcinados donde luego nada crece.
Imagino que está en nuestra idiosincrasia ser más duros
de entendedera que una piedra de rio, muchos hondureños irresponsables y
salvajes no entienden de razones y continúan arrojando elementos ígneos cuando
la hierba está seca y se enciende con facilidad. No pueden retrasar su placer y
por ello, andan buscando lugares donde satisfacer esas necesidades libidinosas
mediante incendios forestales que amenazan no sólo la flora y la fauna, sino
también las propiedades de terceros.
Recientemente, estuve invitado a una casa en Loma Alta,
comunidad cercana a la Aldea El Chimbo, carretera a Santa Lucia. Cenando con
los anfitriones me encontraba, cuando advertí que su casa, la cual está rodeada
de un bello bosque de pino y roble, estaba a punto de quedar en el centro de un
pavoroso incendio. Con rapidez salimos a conectar mangueras de patio para
tratar de aplacar las llamas, mientras se llamaba al Cuerpo de Bomberos que por
dicha, tiene una estación en las cercanías.
Tratar de combatir este tipo de incendio forestal de
flamas elevadísimas con mangueras de patio, es equivalente a querer detener un
rinoceronte furioso con un rifle de balines. Las llamas parecen reírse de uno,
el humo se introduce alevosamente en ojos y garganta, amenazando con asfixiar a
cualquiera. Y si para colmo hay mucho viento, como en esta ocasión, se corre el
riesgo de que en un brusco cambio de dirección, las llamas acorralen a los que
intentan apagarlas. No pocos valientes han muerto calcinados por este tipo de
conflagración.
Afortunadamente para mis anfitriones, los abnegados bomberos
llegaron rápidamente y además, los miembros de aquella comunidad se mostraron
sumamente solidarios, acudiendo con machetes, palas, azadones, rastrillos y
mucha buena voluntad para colaborar en la extinción de este infierno. Por
cuatro horas, los bomberos de El Chimbo y una unidad cisterna que vino desde
Tegucigalpa, con los vecinos luchando a la par, combatieron arduamente hasta
sofocar las llamas que repetidamente parecían revivir de la nada.
Al final, todos terminaron sucios y sudorosos, pero con
la satisfacción de haber apagado uno de los muchos incendios que seguramente
les tocará enfrentar este año. Los pervertidos sexuales que lo originaron deben
haberse dormido soñando con las llamas y el crepitar de las ramas secas. Qué
vergüenza que tantos hondureños seamos tan insensatos, que no aprendamos
lecciones, contradiciendo absolutamente el calificativo de inteligentes que
supuestamente nos merecemos como seres humanos. Si fuésemos inteligentes,
aprenderíamos lecciones y no cometeríamos los mismos errores año tras año.
Ojalá que la próxima vez que uno de estos aberrados
encienda el cigarrillo o el fósforo para incendiar el bosque, le caiga un rayo
y lo parta, para que sienta en carne propia el dolor que sienten los arboles y los
animales al quemarse. No creo que haya remedio para los pirómanos. Además de
ser insensibles e irresponsables, son casos perdidos, con los cuales poco o
nada puede hacer la sociedad. ¡Hagan fuego señores, la temporada de incendios
está abierta!